Existe incertidumbre sobre el futuro, pero cualquiera sea el escenario, sabemos que la niñez se verá afectada. Diversos especialistas coinciden en que la crisis sanitaria implicará un aumento en las brechas de aprendizaje, mayores tasas de abandono escolar y deterioro en indicadores de la salud.
Las condiciones de vida de los niños de los grupos más desfavorecidos ya eran críticas el año pasado. De acuerdo con la encuesta CASEN, cerca de un cuarto de los menores de 18 años vivía en situación de pobreza multidimensional. Por su parte, el Hogar de Cristo estimaba que cerca de 100 mil niños, niñas y adolescentes (NNA) estaban fuera del sistema escolar, y registros oficiales reportaban que alrededor de 550 NNA vivían en situación de calle.
Por consiguiente, resulta urgente montar una estrategia de protección de la niñez que permita organizar de manera eficiente todas las políticas públicas que velan por su bienestar frente a un futuro más adverso. Del esfuerzo para prevenir la expansión del COVID-19, aprendemos que los desafíos complejos requieren ser abordados con nuevas metodologías, al menos, en dos frentes.
Por un lado, el control de la curva de contagios nos muestra la necesidad de poner el conocimiento y la tecnología al servicio de las personas. En el caso de los programas que atienden a NNA, la mayor parte de las bases de datos vigentes ha sido construida con fines contables. Por ejemplo, el registro de asistencia escolar se utiliza exclusivamente para el pago de subvenciones y no permite identificar, para su debida atención, a quienes presentan ausentismo crónico. Los desafíos actuales exigen un nuevo enfoque en la forma de abordar las políticas públicas, en el que las bases de datos dialoguen entre sí para poder tomar decisiones de manera ágil y centradas en las personas, con transparencia en los procesos.
Por otro lado, la gestión de una emergencia requiere un trabajo intersectorial efectivo en los territorios. Actualmente, existe una baja coordinación entre los distintos programas que buscan apoyar el desarrollo de la niñez. Por ejemplo, el equipo psicosocial de una escuela puede pasar años sin trabajar con los de de salud del programa Chile Crece Contigo o de programas del Sename, aun cuando atiendan casos comunes. Aprender a trabajar colaborativamente requerirá centrar la atención en cada niño, aunar objetivos, operar bajo protocolos comunes de seguimiento y confiar en la ética profesional de todos los actores.
Hace algunos días, Humberto Maturana nos dijo: “Para definir hacia dónde vamos, tenemos que empezar yendo ahora”. El bienestar de los niños, niñas y adolescentes de nuestro país dependerá de la capacidad que tengamos para iniciar hoy un cambio radical en la acción pública.
Claudia Peirano
Presidenta
Fundación Educacional Oportunidad
Fuente: La Tercera