Inspirados en la obra de San Alberto Hurtado, apremiados por el flagelo de “el paco” en las villas miseria a fines de los 2000, alentados por el entonces cardenal Bergoglio, varios sacerdotes, crearon en Buenos Aires su propio Hogar de Cristo. Con ocasión de sus 10 años de existencia, aquí les contamos cómo funciona.
Por Ximena Torres Cautivo.
“Sentía que nos enfrentábamos a la guerra nuclear con un cortaplumas”, dice el misionero católico Gustavo Barrientos, conocido como “el Hermanito”, quien a comienzos de 2008 llegó desde Santiago del Estero hasta Buenos Aires. Entonces le pidieron hacerse cargo del centro barrial San Alberto Hurtado en una enorme villa miseria porteña, la Villa 21, dominada por el consumo de la pasta base, “el paco”, como la llaman allende los Andes.
Ese centro pronto se convertiría en el Hogar de Cristo argentino, que hace un par de semanas celebró sus 10 años de vida con la emocionada participación de cientos de jóvenes y adultos que han logrado recuperar sus vidas. “Nos convocaron a escribir una historia de la que nadie sabía nada: aprender a domar el demonio del paco con la palabra, el corazón y el amor”, cuenta hoy el Hermanito, que se sumó entonces al trabajo iniciado por el sacerdote villero José María di Paola, “el padre Pepe”, discípulo del entonces cardenal Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.
Pablo Walker, sacerdote jesuita y capellán del Hogar de Cristo de Chile; el sicólogo y director de operaciones sociales de la institución y Nelson Ilabel, que de persona en situación de calle pasó a ser el responsable de abrir y cerrar el taller de carpintería de Expreso, la fundación que nació al alero de la Hospedería de Hombres del Hogar y de la que ahora además es uno sus directores, volaron desde Santiago de Chile hasta Buenos Aires, para participar de la celebración que se desarrolló en Luján, a unos 60 kilómetros de la capital argentina.
Probablemente pocos saben que la obra fundada hace 73 años en Chile por el jesuita Alberto Hurtado, ha inspirado la creación de iniciativas semejantes en otras latitudes y que su condición de hombre santo trasciende ampliamente las fronteras. “Un día del año 2008, el Hermanito me contó la historia de san Alberto Hurtado y de su ‘contento, Señor, contento’, un jesuita chileno que andaba por los caminos de la miseria con su camionetita verde. Él recorría las marginalidades, cargaba a los niños en la caja de su camioncito y, así, muy sencillo y en alpargatas, armó una de las más grandes movidas del Latinoamérica: el Hogar de Cristo, ese Hogar que lo llevó a ser un santo”, se narra en el libro “Cuerpo a cuerpo”, que está lleno de alusiones a lo inspiradora que es la figura de Alberto Hurtado en ese joven Hogar de Cristo argentino.
Si bien ambas instituciones son hermanas en su vocación y espíritu: trabajar por los más vulnerables, tal como hacía el padre Hurtado, los contextos políticos, los años de existencia, el modelo de organización y de trabajo son muy diferentes.
“Ellos trabajan en un sistema de cooperativas, dentro de los territorios. Los sacerdotes que las lideran, los curas villeros, viven plenamente lo que el Evangelio exige y se guían por lo que declaró el papa Francisco cuando era su mentor: ‘Recibir la vida como viene’ dentro de esos territorios donde trabajan. Ellos viven en las mismas villas miseria, por lo tanto, como ellos dicen, se trata de un trabajo cuerpo a cuerpo, piel a piel”, explica Andrés Millar.
Esa tarea es la que está documentada en el modesto libro “Cuerpo a cuerpo”, que recuerda los orígenes del Hogar de Cristo en Chile en los años 40, cuando el propio padre Hurtado salía en busca de los niños abandonados por las noches en su camioneta verde. Allá, todo se desencadenó a mediados de la década del 2000. “En las villas de la ciudad se fue conformando un universo de chicas y chicos en situación de pasillo, olvidados por las políticas públicas”. Con una dificultad agregada, propia de “la modernidad”. Ese grupo vulnerable al extremo encontró en la pasta base, en el “paco”, el consuelo a su desesperanza, lo que agrava las cosas, les agrega violencia, delincuencia, falta de voluntad para salir adelante.
“La búsqueda de los chicos por el barrio iba contra toda lógica del sistema de recuperación de adicciones. Hay una fuerte creencia de que los chicos con problemas de este tipo tienen que pedir ayuda. Al principio, ellos sentían vergüenza de subirse a la Trafic, nuestra camioneta, pero, poco a poco, fueron forjando una pertenencia íntima y particular con el dispositivo. Una ventaja adicional: los chicos se dan cuenta de que son importantes para alguien, que los va a ir a buscar cuando estén mal y que no los van a juzgar”.
Esta fórmula de trabajo, a pequeña escala, caso a caso, se tradujo en un uso muy comunitario también en redes sociales. Primero un mail, luego un blog, después un sitio y un activo Facebook, donde han ido registrando los avances y retrocesos diarios de cada uno de los jóvenes acogidos, así como novedades personales de los voluntarios y del personal que participa de la organización. Desde nacimientos hasta pequeños achaques, enmarcan el registro de los casos. Así, seguimos la dramática historia de la Rucuca, una joven en situación de calle, consumidora de pasta base y embarazada.
Leemos: “La situación está complicada. La Rucucca no se quiso quedar internada. Tiene sífilis, toxoplasmosis, cistisis y está muy anémica. En análisis de VHI todavía no está. Tiene que comer, prometió venir al Hogar, pero sería bueno buscarla en el recorrido de la Trafic”. Otro día: “No hay buenas noticias de su panza. Perdió casi dos kilos y dicen en el policlínico que tiene poco líquido amniótico”.
El registro es desalentador… hasta el nacimiento de su hijo, Lucas, que obra maravillas en el proceso terapéutico de la Rucuca. Hoy el suyo es un caso de éxito. “Epílogo: Romina, que así se llama Rucuca, se reencontró con su familia, que la había dado por muerta. Lleva dos años sin consumir, trabaja, tiene una casita donde vive con Flavio, su pareja. Lucas va al jardín y crece sano y fuerte”.
El Hogar de Cristo en Argentina, con su sistema de cooperativas y casos de éxito como el de Rucuca, ha ido creciendo año a año, multiplicando el beneficio a partir del testimonio de aquellos jóvenes que han logrado superar su consumo problemático y recomponer sus vidas. “Aunque a nosotros el nombre no nos gusta, por la tremenda carga que pone sobre sus hombros, en el Hogar de Cristo de Argentina a estas personas las llaman ‘referentes’. Ellas son la manifestación viva de que se puede salir adelante, pese a todas las tremendas dificultades”, comenta Andrés Millar. En Chile, Nelson Ilabel podría ser “un referente”, por eso fue escogido para ir al encuentro en Luján, “donde fue aplaudido como un rock star”, acota el capellán Pablo Walker.
Esas tremendas dificultades que han superado estos “referentes” son no sólo el consumo, que es el mal remedio para una enfermedad que se llama exclusión. En el caso de los más jóvenes son la exclusión de la escuela, de los sistemas de salud, de la administración de Justicia, de la mínima protección del Estado. En las villas miserias porteñas abundan los migrantes, en especial paraguayos, que a veces son ilegales y ni siquiera tienen certificados de identificación; los niños abandonados por sus padres, que viven en la calle; las personas discapacitadas física o mentalmente, que no tiene quién los cuide; las niñas y adolescentes abusadas. En fin, una serie de condiciones de vulnerabilidad, que son las mismas que conocemos en el Hogar de Cristo chileno a 73 años de su fundación.
“Gran parte de los chicos que se acercan al Hogar han tenido vivencias muy complicadas, ya sea para subsistir o para obtener ‘lo que querían’. La juventud es una etapa clave para el desarrollo de las personas. En ella se da forma a la propia identidad y se comienza a formar un proyecto de vida. Los jóvenes pobres deben construirlo rodeados de la desesperanza, la frustración y el desconsuelo. Al perder los ideales, caen en el abandono, en la calle, en las drogas. En ese sentido, los pibes pobres se hacen delincuentes no sólo por su pobreza o porque no van a la escuela y andan en la calle, sino porque han perdido toda esperanza de que el mundo les ofrezca un espacio digno. El problema para ellos no es la pobreza; es la desesperanza”, leemos en “Cuerpo a cuerpo”, el libro que resume la vida de este Hogar de Cristo hermano, que lleva diez años de trabajo en Argentina.