Fundador del Museo Taller, que alberga un millar de herramientas de carpintería, le ayudó al capellán del Hogar de Cristo a armar los kits con los materiales que forman “la Cruz de la Integración”. De esa cruz ligada al cambio de imagen del Hogar de Cristo y de “la cruz” que significa su mal neurológico degenerativo nos habla (escribe vía tablet) aquí.
Por Ximena Torres Cautivo
“No sé escribir. Las comas y los puntos los tiro al cielo y donde caigan, caen”, advierte vía mail el empresario y coleccionista Francisco Dittborn (63), fundador del espectacular Museo Taller, que exhibe casi un millar de antiguas herramientas de carpintería: cepillos, escuadras, reglas, niveles, serruchos, sierras, gubias, plomos, escoplos… Utensilios cotidianos, de nombres pretéritos para tareas desconocidas para los niños de hoy, razón suficiente para darles estatus de piezas de museo, de objetos de colección, de tesoros preciosos (y precisos).
En ese sorprendente lugar, oculto en pleno Centro de Santiago, en una casona ubicada en la esquina de las calles Root y San Isidro, escolares y adultos toman talleres donde aprenden a construir una silla y vuelven a la esencia del digno trabajo manual. Al quehacer de San José, la carpintería, que ha sido siempre la vocación de Francisco Dittborn, heredada de su padre, como muchas de sus joyas-herramientas, pero que desde hace unos 7 años ya no puede practicar… al menos con sus manos. En 2010, le dieron un noticia tremenda: padecía esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa conocida por su fatídica sigla, ELA, y porque la sufre el famoso ciéntífico Stephen Hawking. Aunque se habla de una sobrevida de 5 años promedio, Francisco tiene ELA de tipo primario, que avanza más lento. Hoy, el dueño de la empresa Talleres Lucas, que vende repuestos para maquinaria hidráulica, anda en silla de ruedas, ha perdido la movilidad de las piernas y la capacidad del habla, pero mantiene las manos activas y capaces de teclear en dispositivos electrónicos, aunque con faltas de ortografía, porque nunca ha sido bueno escribiendo. A través de ese recurso, nos explica qué lo llevó a ofrecer su Museo Taller para que el capellán del Hogar de Cristo, el sacerdote jesuita Pablo Walker, armará allí los kits con las tablas y el material necesario para formar “la Cruz de la Integración”, que deberán armar todas las fundaciones, sedes y líneas de acción de la causa del Padre Hurtado, con ocasión de su cambio de logo.
-¿Cuál ha sido tu rol en la construcción de estos kits de Cruz de la Integración?
-Dar ideas, hacer, coordinar. Lo que realiza el Hogar de Cristo es muy admirable. Y la posibilidad de ayudar en algo concreto y que esté presente en todas las sedes y lugares donde está el Hogar es para mí un orgullo. Qué mejor.
-¿Cómo es tu relación con lo religioso, con lo trascendente?
-Desde chico, veía a mi mamá, quien tenía una gran fe y un hermano cura, el tío Alfonso Baeza, que era muy comprometido, pero esta es una pregunta díficil frente a la cual me cuesta explicar lo que me pasa y siento. Dios, fe, religión, son todas palabras que me quedan grandes. Yo trato de seguir, pero desde muy de lejos el ejemplo que dejó Jesús cuando estuvo en la tierra. Hay mucho trabajo en el mundo hoy si uno trata de seguir su ejemplo. La fe me cuesta. Y la reflexión que hago, que es la del fresco, cuando veo a gente como los jesuitas, o mi mamá o al tío Alfondo, tan convencidos y rezando con tanta fe, me digo cómo no creer.
Su relación con el capellán del Hogar de Cristo es reciente. Pancho va a misa al colegio de Las Ursulinas (“No siempre”), donde él hace misa los domingos y “ahí partimos con el proyecto de las cruces y nos hicimos amigos. Yo admiro mucho a los jesuitas. Creo que son la congregación más cercana a lo que haría Jesús si viniera de nuevo a la tierra. Hablan claro, eso me gusta. Y conozco lo que hacen algunos, como el padre Montes, Lucho Roblero, Felipe Berrios y Pablo Walker.
-Que Jesús fuera hijo de un carpintero, de alguna manera, ¿te hermana con él?
-No, pero lo que me gusta de San José es que era un hombre de bajo perfil y, claro, carpintero de oficio.
-Entiendo que la afición a la carpintería y a las herramientas viene de tu padre y que tú y algunos de sus diez hijos, heredaron ese gusto…
-Es verdad, mi afición por las herramientas y el trabajo manual viene de mi papá, al que le decían el maestro Tito. Él arreglaba todo y trabajaba muy bien. Y yo viví siempre al lado de un taller. Me fascina el trabajo manual. Poder transformar un pedazo de madera con herramientas y destreza es un oficio maravilloso. Hacer un mueble, un objeto, una escultura, tantas otras cosas… Yo antes pensaba algo que quería hacer y me iba al taller y lo hacía. Era un lujo. Ahora eso es más complicado por la enfermedad. La enfermedad te cambia las prioridades y la velocidad de hacer las cosas.
En 2015, Francisco dirigió la edición y publicación de un precioso libro objeto: “Herramientas del pasado”, donde muestra en fotografías parte importante de su colección, agrupando los objetos con los verbos propios del oficio: medir-marcar, cortar, cepillar, desbastar-tallar. “Fue un privilegio poder hacerlo y compartir mi colección”, escribe. Y al Museo Taller le adjudica propiedades terapéuticas:
-Es un lugar único que, sin duda, me ayuda mucho con el ánimo. Disfruto con los niños midiendo, cortando, lijando y preguntándome con esa inocencia única de ellos: “¿Por qué usted no habla ni camina? ¿No ha ido a la Teletón? Y todo tipo de preguntas, que los adultos no se atreven a hacerme, y que ellos plantean con una naturalidad que es lo máximo.
-¿Sientes tu enfermedad como una cruz?
-No, no creo que la vida se plantee como una carga. Eso es una mirada de un Dios castigador. Dios no puede mandarle a nadie una enfermedad así, porque si lo hiciera tendría que ser muy malo y Dios no es así. Lo mío es mala pata no más; no le doy más vueltas.
-Para los que no tienen recursos económicos una enfermedad como la tuya sí es una cruz,
-Es mucho más pesada de llevar, pero no hablemos de cruz. Todo se hace más complicado. No tener la preocupación de proveer, de trabajar, de generar recursos para los tuyos, es un lujo. Somos pocos los que tenemos esa suerte y yo la valoro mucho.
-¿Has dudado de Dios desde que supiste que padecías ELA?
-No, lo único que le pido es que me ayude a convivir con ella. No hago lecturas ni interpretaciones de lo que me pasó. En eso, creo que soy muy sano de la cabeza. La cosa que mande fuerzas para convivir con ella. La ayuda que voy requiriendo a medida que avanza el mal es cada vez mayor. Es mucha, mucha, mucha. ¡Imagínate que al final terminaré sólo moviendo los ojos! Por eso mismo lo que he aprendido es a vivir a concho el ahora.
Lamenta el dolor de su mujer y sus tres hijos, pero insiste en que enfermedad “todavía es muy llevadera”. Y que todos en su familia viven el día a día de forma muy consciente. Y nos escribe una última respuesta en su tablet: “Me ayuda haber hecho muchas cosas manuales y con herramientas y máquinas. Me ha servido tener el ingenio para ir inventando cosas que me faciliten la vida”.
Fotografías: Lorena Tasca y Amosantiago.cl